Arriba, retratos y caricaturas de don Pablo de diferentes artistas
viernes, 26 de enero de 2007
De tus nietos
Tata:
El ochenta es un número bastante redondo. La humanidad siente atracción por los números redondos. Pero esta vez, en lugar de tenerle miedo (como temían algunos al año 2000), aprovechamos la situación para hacerte un regalo especial, algo distinto a los usuales obsequios.
Definitivamente sos un abuelo especial, Tata. Nadie sabe más cosas que el Tata. Nadie cuenta mejores chistes que el Tata. Nadie. Ningún otro abuelo escribe sonetos a sus nietos, ni cambia canciones para cantárselas, o los saca a pasear en auto, bici y moto. Nuestro Tata, que no tendrá ni pelo ni dientes, pero conoce los cuentos más divertidos.
Y hoy, tus nietos, todos tus nietos, estemos cerquita o muy lejos, te damos un abrazo gigante y te decimos ¡que los cumplas feliz!
El ochenta es un número bastante redondo. La humanidad siente atracción por los números redondos. Pero esta vez, en lugar de tenerle miedo (como temían algunos al año 2000), aprovechamos la situación para hacerte un regalo especial, algo distinto a los usuales obsequios.
Definitivamente sos un abuelo especial, Tata. Nadie sabe más cosas que el Tata. Nadie cuenta mejores chistes que el Tata. Nadie. Ningún otro abuelo escribe sonetos a sus nietos, ni cambia canciones para cantárselas, o los saca a pasear en auto, bici y moto. Nuestro Tata, que no tendrá ni pelo ni dientes, pero conoce los cuentos más divertidos.
Y hoy, tus nietos, todos tus nietos, estemos cerquita o muy lejos, te damos un abrazo gigante y te decimos ¡que los cumplas feliz!
En familia, a los 50 añitos
El paso por la colimba
Imágenes de ayer
Una caricatura
Allá lejos y hace tiempo
Una foto que tiene casi la misma edad que el Tata. El marinerito es él, sí señor. Posando con su mamá, doña Berta, en 1930, más o menos (la MamaCelia no se acuerda). Abajo, en exclusiva para este sitio cumpleañero, el relato de don Pablo, aún inédito, en el que cuenta la historia de esta fotografía (gentileza de Celia).
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EL CUADRO
De los seis hijos de mis abuelos maternos, cinco –los tres varones y las dos mujeres menores – vivieron prácticamente toda su vida en Entre Ríos. La mayor de las mujeres, mi tía Rebeca, por el contrario, lo hizo en varios países: se casó con un personaje pintoresco, singular, David Munichor, y anduvieron por la Argentina, el Paraguay, el Uruguay y no sé si en algún otro país más.
Algún día hablaré de mi tío David Munichor, del que se contaban inverosímiles anécdotas, aunque algunas de ellas debían ser indudablemente auténticas. Lo conocí mejor en sus últimos años, cuando residía en Montevideo, capital en la que viví cosa de seis meses allá por el año 1944.
Mi hermano Mauricio (1917- 1971) trabajaba en SADREP Ltda. , propietaria de las radioemisoras Carve y La Voz del Aire y era Jefe de Noticias del país y subjefe de noticias del exterior. Yo solía acompañarlo a la radio y fui testigo muchas veces de sus conversaciones, en el tranvía, con la Diputada comunista Julia Arévalo de Roche; conocí en la radio a muchos personajes, por ejemplo al Ministro del Exterior y ex Presidente José Serrato – a quien pedí una foto autografiada con el pretexto de que yo coleccionaba documentos de presidentes americanos de la época en que nací --, al Vicepresidente Alberto Guani (al Presidente Juan José Amézaga lo vi solamente un par de veces), al Arzobispo de Montevideo Monseñor Antonio María Barbieri, al embajador de Gran Bretaña, al destacado luchador español antifranquista Emilio Mira y López, a quien escuché en conferencias que me ponían los pelos de punta y todavía – a más de sesenta años – me emocionan y conmueven, al entonces exiliado político socialista argentino Alfredo L. Palacios, etcétera.
Andaban por ahí algunos otros exiliados argentinos, incluso un par de izquierdistas de mi pueblo, a quienes mi hermano, pese a su precaria situación económica, ayudó y alojaba.
Pero no empecé este relato para hablar de mi estadía (que hoy me parece brevísima) en la capital uruguaya, sino que quería contar la “historia del cuadro”.
En 1929 –a mis dos años—mi madre viajó con mi hermana Juana (1918-1998) y conmigo a Paysandú para visitar a su hermana Rebeca. Yo, como es lógico, no recuerdo nada de ese viaje, pero rememoro las anécdotas que solía contar mi madre.
La que ahora evoco tiene que ver con “el cuadro”, donde yo –vestido de marinero y luciendo llamativos rulos—estoy con mi madre en una fotografía inmensa – tiene por lo menos 70 x 80 centímetros –tomada por un fotógrafo sanducero, verdadero artista del lente.
--¡Qué grande y lindo está Pablito! –dijo mi tía—y agregó: --Miren esos rulos…
--Ya se los tengo que cortar –se apresuró mi madre.
--Sácale antes una buena foto –sugirió mi tía.
Y así se hizo. A los pocos días mi madre pasó por el local del fotógrafo y se sorprendió enormemente al ver en la vidriera del establecimiento esa enorme fotografía, vidriada y encuadrada esmeradamente.
Bastante disgustada, mi madre increpó al fotógrafo y éste le contestó:
--No lo tome usted así, señora. Esta foto no está para la venta ni siquiera pensaba ofrecérsela en venta a usted. Le diré la verdad: considero que es la mejor fotografía que he tomado en mi vida, por eso la amplié en tal forma y la puse en la vidriera como propaganda de la calidad de mi trabajo. Cuando usted decida volver a Entre Ríos pase por aquí y tendré el gusto de regalarle el cuadro…
Aquí está la historia del cuadro, que cuelga en la cabecera de nuestra cama, pues mi mujer, cuando lo vio –siendo novia mía—quedó impresionada y se lo pidió a mi madre, que inmediatamente se lo dio.
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